¡Qué elecciones!

A los escándalos del fiscal general por una multimillonaria contratación rodeada de sospechas, a los sermones moralistas del procurador, a las tensiones de la Corte Constitucional por el caso Pretelt, a la guerra del expresidente Uribe y el presidente Santos a través de Twitter, al festival de avales de los partidos políticos sin importar la ética y la ideología de los candidatos, hay que añadir ahora, válgame Dios, noticias como la de la anulación por trashumancia de 398 mil inscripciones en 350 municipios, decisión del Consejo Nacional Electoral sin antecedentes en Colombia, que retrata con nitidez el tamaño que ha adquirido la corrupción política en este país, convirtiendo la democracia en una alcantarilla de insoportables olores. Como cosa rara, Soledad se destaca en este mapa de putrefacción de la política nacional con 13.954 anulaciones.

Hemos llegado a un punto en que como sociedad tenemos que reorientar el rumbo. Irrespetando principios y valores, arrasando con las condiciones elementales que hacen viable el funcionamiento de la democracia, va a ser imposible cimentar una sociedad en paz, civilizada y transparente. Esta gigantesca anulación de votantes envía la contundente señal de que el reto ineludible es un cambio cultural profundo que dé paso a un ciudadano que no se venda, que entienda claramente el poder y la importancia del voto, y que ejercite sus derechos electorales de manera libre. En esta dirección, tiene todo el sentido la campaña que lanzará la Misión de Observación Electoral en el Atlántico en favor del voto libre. Se promoverá en los próximos días, pero debe ser apenas el comienzo de una campaña de largo plazo en la que ir ganando a los jóvenes será clave. “Yo no me vendo. Voto libre” es el lema central de esta campaña.

En medio de este creciente deterioro de la política, el gran ausente sigue siendo, por supuesto, el debate programático, a pesar de los eventos que han promovido algunas universidades y de los amplios espacios que han brindado medios de comunicación como EL HERALDO. Esta ausencia de debate es la consecuencia de que los candidatos y los partidos políticos están más enfrascados en la búsqueda de los votos y relegan a un segundo plano la discusión de las propuestas, reduciendo el ejercicio de la política a la mera mercantilización electoral o al puro activismo. Por eso, estamos asistiendo a unas elecciones que han profundizado la mediocridad intelectual en la política. Cualquiera es candidato. Y muchos lo son solo por las posibilidades económicas que podrían derivar del cargo que buscan. Es su interés personal –no lo público– lo que está en sus cabezas.

Suelen también muchos candidatos y muchas candidatas  incurrir en el error de creer que en la política bastan la cara de los afiches y los apretones de mano a la gente. Divulgar las propuestas de campaña es esencial, para  lo cual deberían usar más y mejor  las herramientas tecnológicas de las redes sociales, sin temer a exponerse a la critica pues esta ayuda a reforzar las ideas o a reformularlas. Y creo muy importante, en la recta final de las elecciones, que los aspirantes a la Gobernación y a las Alcaldías se animen a  estar en todos los debates a los cuales les inviten. La política no puede entenderse sin discusión, sin confrontación de ideas. Los debates son para fortalecer la democracia y una cultura de paz.


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