Por Horacio Brieva
Escribí, en pasada columna, acerca del montaje de ciertos sectores de la derecha consistente en asustar a los colombianos con el supuesto riesgo de que caigamos – con la incorporación a la legalidad de las Farc y el ELN – en brazos del peligro castro-chavista. Semejante espantajo aparece intencionadamente dibujado en el libro Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa. Su vaticinio es que – si no ahora – en el futuro estos grupos guerrilleros, convertidos en fuerzas políticas, podrían constituirse en una tercería y disputarles “el poder a las corrientes tradicionales del país”, inaugurando, según ellos, una era similar a la de Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua y Morales en Bolivia.
Con tal argumento es obvio que se descalifiquen los diálogos de La Habana, pero un acuerdo de paz es necesario para superar nuestra prolongada guerra interna. Y en cuanto a que un líder ex guerrillero pudiera llegar algún día a la Casa de Nariño está por verse, y si llega, con el consentimiento electoral de los colombianos, tendría que ser en calidad de estadista y con una propuesta que le sirviera al país para potenciar su progreso, y dudo que resulte atractiva si pretendiera calcarse el Socialismo del Siglo XXI que tanto fustigan Mendoza, Montaner y Vargas Llosa. Hay aquí, por tanto, una extravagante exageración en el texto de estos brillantes escritores derechistas. Si la izquierda colombiana pretendiera el poder tendría que interpretar lo que quiere el país, y parir un coloso como Bateman, que hoy no existe y que llegó a ser el Gabo de la política colombiana porque era costeño y no cachaco.
Junto al estribillo del castro-chavismo, está la perorata según la cual el gobierno de Juan Manuel Santos debería tener continuidad para que se firmen los acuerdos de La Habana. Este discurso parte de la base de que el principal problema del país es la guerrilla, y de que quien lo resuelva logrará ponerle término a un largo y tormentoso dolor de cabeza.
Más graves son la corrupción, la inequidad y la desigualdad. Sobre la corrupción, por ejemplo, ¿están los presidenciables captando al país? Clara López nunca fue clara en el episodio de los Moreno Rojas. Al presidente Santos se le ha endilgado su excesiva apelación a la mermelada. Óscar Iván Zuluaga viene de un gobierno de ocho años que no fue muy escrupuloso en el uso del poder. Enrique Peñalosa no ha mostrado un categórico discurso anticorrupción, y además ha huido de los debates. Marta Lucía Ramírez ha sido frontal en el tema – asegura que en veinte años la corrupción se robó 190 billones de pesos -, pero ha estado en el pináculo del poder, y una buena pregunta es: ¿estaría diciendo esto si los ‘reyes’ de la mermelada de su partido estuvieran con su candidatura?
La guerrilla es un problema, pero no el principal. En cambio, la corrupción roba cuantiosísimos recursos al Estado, y profundiza la inequidad y la desigualdad: dos plagas que – afrentosamente – nos distinguen a nivel mundial.
@HoracioBrieva