Por Horacio Brieva
Se ha dicho que cuando el presidente Chávez habló a Venezuela la noche del sábado 8 de diciembre de 2012 – en lo que finalmente fue su alocución de despedida – ya sabía que iba a morir y que por eso postuló a Maduro como su sucesor político.
Si eso es así no cabe duda de que Chávez era un hombre excepcionalmente impresionante porque en esa charla – típica de su estilo – nunca se mostró perturbado ni asustadizo frente a la proximidad de la muerte. El tono y los ademanes del Chávez de ese 8 de diciembre no eran los de alguien que sabe que se va a morir sino los de alguien dueño de una gran vitalidad. Ese día, bromeó diciéndole a Diosdado Cabello que una noche de sábado le recordaba a John Travolta y a Olivia Newton-John en ‘Fiebre de sábado por la noche’ de finales de los años 70. Y entremezcló su amena charla con la entonación de un viejo canto de los soldados tanquistas.
Ha corrido también con singular brío el cuento de que Chávez ya había muerto en diciembre y que lo habían embalsamado con el fin de presentar a los dirigentes chavistas como una pandilla de mentirosos. Son, creo, afirmaciones más motivadas en el desprecio visceral al presidente venezolano fallecido y a su proyecto político, pues no se ha aportado una sola prueba que indique que lo de la embalsamada es verdad.
Quieren mostrar que el deceso de Chávez en la tarde del martes 5 de marzo fue una farsa. Para ello habrían tenido que convencer a la madre y demás familiares de Chávez de que guardaran el llanto para el día escogido por el gobierno venezolano, y el mismo Maduro y sus camaradas habrían tenido que desplegar unas condiciones actorales especiales, por lo cual a todos – familiares y líderes chavistas – habría que concederles el Oscar.
Respecto al hermetismo sobre la salud de Chávez – aunque no se comparta totalmente – hay que admitir que ha sido una práctica en otros países cuando se trata de jefes de Estado. Se ha hecho para proteger la imagen presidencial. De Virgilio Barco se asegura que ya tenía el mal de Alzheimer ocupando el cargo y que quien gobernaba era Germán Montoya, el secretario general de la presidencia, pero eso solo se supo años después.
Recuerdo que en una tertulia de EL HERALDO, el famoso Nacho Vives, quien auspiciaba la candidatura de Augusto Espinosa Valderrama y se oponía a Barco, en ese estilo demoledor que caracterizaba al sarcástico orador magdalenense, dijo que Barco hasta para recibir un sombrero sabanero tenía que leer un papelito.
El mismo misterio invadió el retiro de Ronald Reagan de la vida política a causa del mal de Parkinson, pues su familia y el Estado acordaron aislarlo de los medios de comunicación para no mostrar su deterioro físico y mantener la imagen del mandatario de sus años de actividad. O el recuerdo de sus juveniles tiempos actorales de vaquero de malas películas.
Se cuestiona asimismo la decisión de embalsamar a Chávez, algo que es más común en las culturas orientales y que se hizo con los cuerpos de Lenin, Mao y Ho Chi Minh. En nuestra tradición cristiana, que acostumbra a la sepultura, esto es excepcional, como en el caso de Eva Perón, pero los chavistas quieren también romper esa tradición – sin dejar de ser cristianos; Chávez lo era y muy devoto – para crear un símbolo histórico y político. Que se me antoja equivalente a las estatuas y figuras de cera que se usan en América para recordar a altos personajes de la política y las artes.
@HoracioBrieva