LA CONFUSA SEÑALIZACIÓN DE LA ORIENTAL

Aconsejaría una señalización clara, precisa, visualmente confiable, pues la multiplicidad y cercanía de indicaciones verticales de control de velocidad generan enredo y los conductores no saben cuál atender, cumplir o respetar. Yo, por ejemplo, no supe en que momento cometí las infracciones y cuando recibí las evidencias me fui para atrás como Condorito. Como este seguramente no es un problema exclusivo de la Oriental, debería ser materia de atención para el nuevo ministro de Transporte.

Realicé en Semana Santa una visita a San Jacinto. La tierra de mis ancestros paternos, del bisabuelo abogado del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y del tío-abuelo fundador del Instituto Rodríguez, el otrora emblemático colegio de los Montes de María.

La carretera hasta San Jacinto me pareció estupenda y solo entre Suan y el puente de Calamar noté unos ligeros baches.
A las hijas que me acompañaban (Daniela y Thalia), mientras conducía mi automóvil, les conté que de niño el recorrido por la Oriental era una épica experiencia en crujientes y calurosos buses de madera que se tomaban en Barranquillita, habitualmente cargados de víveres, gallinas y pavos. La vía entonces era estrecha, un suplicio de huecos y matorrales a lado y lado bañados de polvo. Una trocha tortuosa llena de burros y vacas perezosas escapadas de los potreros. El paso en el Canal del Dique era en ferry. A la casa de mi padre, a quien ocasionalmente visitaba en Calamar tras separarse de mi mamá, llegaba con la rinitis congénita activada por el polvorín de la travesía.

El retorno a la tierra paterna fue placentero con compra incluida de unas hamacas blancas para mis hijas. Pero faltaba la sorpresa. A los pocos días llegaron al edificio donde resido dos evidencias de infracciones de tránsito o comparendos. En uno conducía a 58,4 y el límite de velocidad es 50. Y en otro manejaba a 68,9 y el límite de velocidad es 40. Como ven, no viajaba a una velocidad que representara riesgo. Y los límites se me antojan muy bajos para una carretera nacional.

Por supuesto, yo podía apelar los comparendos y pedir un certificado de calibración de las cámaras de detección, pero preferí no alargar el pleito y pagué las infracciones en Davivienda del Instituto de Tránsito del Atlántico. Me anticipé a las notificaciones de la inspectora a cargo.

Voy a usar la puerta siempre abierta y afectuosa de la gobernadora Elsa Noguera para hacerle, desde esta columna, una sugerencia a Susana Cadavid, la directora del Instituto de Tránsito.

Aconsejaría una señalización clara, precisa, visualmente confiable, pues la multiplicidad y cercanía de indicaciones verticales de control de velocidad generan enredo y los conductores no saben cuál atender, cumplir o respetar.  Yo, por ejemplo, no supe en que momento cometí las infracciones y cuando recibí las evidencias me fui para atrás como Condorito. Como este seguramente no es un problema exclusivo de la Oriental, debería ser materia de atención para el nuevo ministro de Transporte.

Reducir los accidentes con los controles a los límites de velocidad es una tarea muy importante, pero las autoridades  también deben comprometerse a que esos controles sean comprensibles para que los ciudadanos no caigamos involuntariamente en contravenciones, cuyo costo se incrementa con unos cursos pagados a unos entes privados. El tranquilizador paz y salvo se obtiene así.

@HoracioBrieva

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