En lo que va del gobierno de Gustavo Petro es destacable el ímpetu reformista de sus anuncios. En las visitas regionales ha sido recibido con afectuosa esperanza.
Por donde va lanza ideas y se entiende que ese caudal de promesas quedará recogido en el Plan Nacional de Desarrollo y en el Presupuesto General de la Nación, que se ejecutarán en un contexto global amenazado por el estancamiento y una alta inflación. Hay analistas del Banco Mundial que sostienen que América Latina podría enfrentar el riesgo de vivir “una década de oportunidades perdidas”.
La inquietud pertinente que va surgiendo es cómo y en qué tiempo se concretarán las frases que el Jefe del Estado va dejando esparcidas en su peregrinación nacional.
En el Catatumbo anunció una universidad pública. En Providencia ordenó la recomposición económica con la industrialización de la pesca raizal. Las altas tarifas de luz las enfrentará asumiendo las funciones de la CREG, una Unidad Administrativa Especial subordinada al poder presidencial (que parece una rueda suelta). En La Mojana y Santa Lucía planteó la reubicación de las poblaciones vulnerables, una salida que podría tomar varios años, y dejó en suspenso las obras de La Mojana y el Canal del Dique. En la Guajira dijo que el sol será la redención energética.
Una dificultad para que Petro vaya materializando sus sueños presidenciales se llama el Estado que, mirado con estricto sentido clínico, ha sido históricamente una máquina difícil de movilizar para satisfacer con su oferta las demandas de la sociedad, el núcleo misional de cualquier gobernabilidad democrática exitosa. Pues democracia que no cumpla bien esa responsabilidad tiene problemas de legitimidad. Como la nuestra.
Corregir la tradición de incumplimiento del Estado es un desafío. El difícil quehacer que tiene Petro es mover eficazmente ese Leviatán parsimonioso. Esa faena es suficiente para envejecer a cualquiera. O quitarle la salud.
De Petro no esperamos que haga una presidencia providencial, centrada en su figura dominante y en el resplandor de su fluida oratoria, sino una presidencia de resultados en materia de paz, seguridad, crecimiento económico, infraestructura, anticorrupción y modernidad política. Ya eso sería una eficiente revolución.
El gobierno de Petro se percibe como muy centralista y se susurra por ahí que ha ignorado a la Costa, donde hay personas meritorias en las universidades, en el empresariado y en la política. Debe reconocerse, sin embargo, que hay varios ministros experimentados y algunas desafinaciones como la de Irene Vélez, filósofa de pregrado y PhD en geografía política, cuyo magnífico perfil académico podría ser más útil en otra misión institucional. También ha habido yerros inexplicables como el de Alex Florez, famoso no por senador sino por la ebria canita al aire de Cartagena.
Ojalá Petro valore más la costeñidad y le haga a la región las obras que Iván Duque no hizo.
@HoracioBrieva