Las grandes movilizaciones de jóvenes de estos días me han recordado las marchas estudiantiles de los años 70, también nutridas y beligerantes, pero percibo una notable diferencia entre estas.
A la juventud de los 70, influenciada ideológicamente por Marx, Engels, Lenin, Stalin, Trotsky y Mao y por las revoluciones rusa, china, vietnamita y cubana, la animaba más el deseo de hacer el cambio político, social y cultural por la vía de una revolución violenta.
La juventud de hoy, menos teórica y más digital, se está moviendo por el empleo, la anticorrupción, las libertades, la educación universitaria gratuita y la sostenibilidad ambiental.
Es cierto que en las actuales protestas se han originado fuertes enfrentamientos con la Policía, pero nada de esto permite concluir que estas manifestaciones derivarán en una insurrección aunque llegaran a recibir un hipotético apoyo del Eln o de las disidencias de las Farc.
Desde hace rato está claro que en Colombia no habrá una revolución armada. Ese riesgo ni siquiera existió cuando la insurgencia tuvo su mejor momento con la Coordinadora Nacional Guerrillera que reunía a las Farc, el M-19, el Eln, el Epl y otros grupos. Disponían de unos miles de hombres armados, pero estas guerrillas nunca estuvieron en capacidad de derrotar a las Fuerzas Militares y de tomar el control de las ciudades.
De manera que ahora menos existe esa posibilidad. Tampoco hay en Colombia un partido político con vocación insurreccional. El Partido Comunista, que por años jugó a la combinación de todas las formas de lucha, es un partido diminuto que actúa respetuosamente dentro de la democracia. Y lo más radical de la izquierda que sería la Colombia Humana-UP es un movimiento electoral que apoya la lucha directa en las calles, como este paro, pero en los marcos de la civilidad democrática.
Así pues que el único camino que le queda a Colombia es el de las reformas para mejorar la calidad de la democracia representativa y participativa. Y eso nada tiene que ver con la tal Revolución Molecular Disipada.
Se ha hablado en estos días agitados de que necesitamos una Colombia unida y solidaria donde quepamos todos. Estamos de acuerdo. Comencemos por un gran pacto político para cambiar el régimen. Lo que pidió Álvaro Gómez Hurtado en la última etapa de su vida, enfadado por tanta porquería. Eso es lo que hay que cambiar. Porque revolución armada no habrá. Pero sí puede haber más violencia innecesaria. Más odio. Más rabia. Más sangre. Y más muertos.
Hay que comenzar por garantizar que el Estado funcione porque muchos de los problemas amontonados y recientes del país son la consecuencia de esa debilidad estructural. Eso implicaría reformar (¿a través de una Asamblea Constituyente?) las instituciones (Presidencia, Congreso, Rama Judicial, etcétera) para ponerlas al servicio de los ciudadanos y no de unas roscas corruptas e indolentes.
@HoracioBrieva