En Barranquilla abunda aún la miseria. En los últimos 32 años ha progresado en las administraciones del Movimiento Ciudadano y Cambio Radical, pero esa miseria es notoria, por ejemplo, en las comunidades anfibias de la ribera occidental del río Magdalena.
Con Edwin Rodríguez, de Asopescarte, una asociación de pescadores de Las Flores, caminamos el sábado 2 de noviembre por su sector más deprimido. Hasta ese día, solo conocía algunas partes del barrio en mejores condiciones urbanas y económicas. El sector que transitamos muestra un apabullante cuadro de desolación socio-urbana. Y está al lado de la estación del Tren Bocas de Ceniza, el nuevo ícono turístico de la ciudad. Por ejemplo, en la puerta de una casucha de madera una señora comía de almuerzo, con su mano derecha, solo arroz en una hoja de plátano. Fue uno de los tantos retratos vivos de la miseria que observamos.
Esa población marginal creció rellenando y restándole espacio a la ciénaga de Mallorquín. ¿Qué vamos a hacer con ella aquí y ahora y en los años próximos? El camino no debe ser el desplazamiento, el despojo, el vaciamiento territorial, para convertir a Las Flores – sin su gente – en un polo turístico, hotelero e inmobiliario.
Las Flores es un barrio estratégico por su geografía en torno al agua. Requiere un plan de mejoramiento integral y una gerencia especial. Yo aconsejaría prescindir de Edubar porque su intervención en el proyecto turístico del tajamar occidental deja como desagradable balance un conflictivo modelo de relacionamiento con la comunidad de ese territorio basado en la negación de la equidad, la inclusión, el respeto y la transparencia.
Las Flores habría cambiado radicalmente hace varios años si se hubiesen realizado dos grandes proyectos de ciudad: la vía perimetral (cuya falta se percibirá cuando entre en operación el tren, pues la calle 106 afrontará un incremento caótico del tráfico automotor) y el puerto de aguas profundas en el tajamar occidental sobre el Mar Caribe. Ambos proyectos surgieron de un proceso de planeación interinstitucional y comunitario. A esto agreguemos que no hemos protegido un valioso activo ambiental como la ciénaga de Mallorquín.
Estamos en un momento importante de la ciudad. Necesitamos otra visión para reorientar la planificación y el desarrollo. Es impresentable que al lado de la estación del Tren Bocas de Ceniza vivan cientos de familias en la más tenebrosa miseria. Superar estas impactantes realidades que normalizan la desigualdad implica grandes esfuerzos de inversión pública y una firme voluntad política alineada con el paradigma de una Barranquilla más humana.