El ‘Negro Ober’, como se sabe, fue cambiado de prisión. Lo hizo vestido de un overol caqui y esposado de pies y manos. De acuerdo con un video que se hizo viral y que al parecer grabaron los del Inpec, lo recluyeron en una celda sin televisor y sin celular de alta gama. El Inpec hizo lo que le corresponde, pero la intención fue limpiar su mala imagen tras el escándalo protagonizado por este condenado.
La razón por la cual los colombianos no creen en el Inpec es simple: en las prisiones, los delincuentes disponen de celulares, llevan joyas, beben finos licores, parrandean a sus anchas y meten mujeres para la diversión sexual.
Las cárceles son un soporte institucional para el castigo y deben enseñar corrección moral y social a quienes han delinquido. No pueden ser ni antros del hacinamiento ni cómodas guaridas para profundizar la actividad criminal.
Solo una democracia arrodillada frente a la criminalidad puede permitir los excesos de todo tipo en las cárceles. Y en Colombia, las prisiones reflejan el mal funcionamiento del poder.
En los estados democráticos modernos, el sistema penal ya no actúa sobre el cuerpo de los criminales. “Sin duda, la pena ha dejado de estar centrada en el suplicio como técnica de sufrimiento; ha tomado como objeto principal la pérdida de un bien o de un derecho”, escribió Michel Foucault.
En lugar del cuerpo, el centro del castigo es la restricción de las libertades y los derechos. E incluso en los países con pena de muerte, como Estados Unidos, la ejecución se distingue por su refinamiento técnico. Es una operación rápida con atenuación del dolor.
La crítica al régimen carcelario colombiano es doble: por el consentimiento de intolerables privilegios a los condenados con poder económico y por el hacinamiento que obstaculiza la resocialización.
Las cárceles no pueden ser sinónimo de crueldad, de malos tratos, pero tampoco pueden ser gobernadas por el crimen. Lo más vergonzoso fue el célebre panóptico de Pablo Escobar, hecho a la medida de sus pretensiones, de sus gustos y de sus extravagancias. De ahí en adelante todo fue permitido en el régimen carcelario. Lo del ‘Negro Ober’ fue la continuación de este relajo.
Los criminales no tienen que padecer hambre, frío, calor e inasistencia médica, pero el régimen carcelario debe ser drásticamente ejemplarizante. Todo condenado debería tener una pequeña celda con baño, una libreta si desea escribir, un libro si le gusta leer, y un rato para caminar y tomar el sol. La mayor parte del tiempo debe estar aislado. Así deberían funcionar las cárceles. Tal cambio penitenciario es urgente. El gobierno de Petro tiene ese reto.