ANATOLIO Y EL REGISTRADOR: LA DEMOCRACIA ENVILECIDA

Esto lo que evidencia es que como sociedad tenemos un grave problema de reproducción de individuos mal formados éticamente que terminan llevando a la cosa pública su bagaje de deshonestidad y turbiedad. No es que muchas veces carezcan de educación, de estudios formales, de títulos universitarios.

El representante Anatolio Hernández y el registrador Alexander Vega son la encarnación viva de un sistema político descompuesto que no da confianza a los ciudadanos, reproduce las malas prácticas y perpetúa en las instituciones estatales a los menos indicados, es decir, a quienes le quitan dignidad al poder público.

Anatolio es de los parlamentarios que no están preparados para su responsabilidad. Van al Congreso a calentar silla y ganan un sueldo que está muy lejos de devengar la mayoría de colombianos. Viven espléndidamente del presupuesto oficial, de los impuestos que pagamos los ciudadanos, y no hacen la tarea que les corresponde. Son parásitos del régimen.

El registrador Vega es un hábil trepador político, a quien para llegar al cargo le acomodaron las reglas del concurso. No obtuvo el puesto porque fuese el más idóneo ni por su perfil de probidad, sino porque era el individuo ideal para que los políticos manipularan a su antojo la entidad que simboliza el fraude electoral.

¿Por qué el país produce servidores públicos de esta calaña?

Anatolios, igual de irresponsables, los hay en el Congreso y proliferan en las corporaciones públicas territoriales. Son los concejales y diputados que no leen los proyectos de acuerdos y de ordenanzas y los votan afirmativamente aunque lesionen a los ciudadanos. Ellos forman parte de las maquinarias políticas dominantes, están en la rosca del poder,  actúan como mafias, y disfrutan de diversas prebendas.

Personajes de la índole del registrador Vega también son fáciles de encontrar en la burocracia pública. Suelen abusar de sus cargos y  creen que son de su propiedad y de sus cómplices. No vacilan en usar el poder de manera descarada.

Esto lo que evidencia es que como sociedad tenemos un grave  problema de reproducción de individuos mal formados éticamente que terminan llevando a la cosa pública su bagaje de deshonestidad y turbiedad. No es que muchas veces carezcan de educación, de estudios formales, de títulos universitarios. Se trata más de una falla sistémica, muy profunda, que no permite que seamos una comunidad mejor.

Necesitamos, sin duda, un país moralmente muy sólido del cual broten líderes y servidores públicos que respeten la democracia. “No está, pues, de más preguntarse en voz alta si nos interesa vivir moralmente como sociedad y, por lo tanto, si nos importa de verdad transmitir a las generaciones jóvenes una moralidad humanizadora,…; o si, por el contrario, la moral nos parece un objeto de adorno para las declaraciones públicas,…, pero que no conviene en modo alguno tomar en serio”, dice Adela Cortina en el libro Los ciudadanos como protagonistas.

Moralizar este país no depende de una reforma constitucional y legal. Ni de un líder, partido o iglesia. Sino de una revolución ciudadana que modifique la manera de pensar y actuar frente a lo público.

@HoracioBrieva

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