Tras de corneados, apaleados

La salvaje expulsión de más de un millar de colombianos que vivían indocumentados en un área de invasión cerca al río Táchira es otra desgracia que se suma a las tantas que ha soportado este país durante varias décadas. El Gobierno venezolano le echó la Guardia encima a un grupo de mujeres, niños y ancianos, con el argumento de que se dedicaban al paramilitarismo, el contrabando y la prostitución. Los sacaron a los coñazos.

La mayor de nuestras desgracias históricas –causada por la violencia que ha alimentado el narcotráfico– ha sido la catástrofe del desplazamiento forzado, una de las calamidades humanitarias más grandes del mundo. En esa condición, según datos oficiales, están hoy 6.360.302 compatriotas. Solo nos supera Siria, que es centro de un conflicto internacional, con 7.632.500 desplazados. Sin embargo, parece que ya estuviésemos anestesiados: la deportación en el Táchira nos indignará por unos días, porque el atroz desplazamiento de nacionales lo hemos terminado asumiendo como un componente de nuestras rutinas. Además, en buena medida por el conflicto interno, decenas de miles de colombianos han salido del país: en 2007 –durante la segunda presidencia de Álvaro Uribe Vélez– fue cuando más salieron: 478.948, de los cuales 200.183 se marcharon para Venezuela, donde los colombianos siempre habían encontrado hospitalidad y trabajo. Por eso, no se entiende la brutalidad del Táchira. Proviene la agresión de una nación hermana con la cual nos une una común historia bolivariana.

Por todas estas desgracias nos referencian en el mundo. Prueba de ello es que un actor como Tom Cruise viene a Colombia, pero no precisamente con la intención exclusiva de contemplar nuestras bellezas naturales y conocer nuestra cultura, sino a protagonizar una película sobre Pablo Escobar, el hombre que hizo del narcotráfico una impresionante máquina del horror, y el principal responsable de que a los colombianos nos impusieran, cuando viajábamos por el mundo, las requisas más humillantes bajo la sospecha de que podíamos ser traficantes de cocaína.

Yo escribí en Facebook: El gobierno de Maduro dice que todo el despliegue de fuerza en la frontera del estado Táchira es contra paramilitares y contrabandistas colombianos, pero lo que han mostrado las fotografías e imágenes de televisión es una legión de gente humillada y llorosa con sus enseres en la cabeza. ¿Esos son los paramilitares y contrabandistas que Maduro quería mostrar al mundo? Me parece una triste y vergonzosa victoria.

No se hizo esperar la intolerancia de algunos colombianos chavistas. Uno me dijo que con él perdía un amigo en Facebook y que yo estaba “alineado con los que huelen a azufre”. Otro me trató de “disociado psicótico con artritis mental”. Luego, en la radio, escuché a un alto vocero del chavismo que no hablaba, gritaba. Es lo que ocurre cuando la gente se fanatiza y no razona. Cuando reemplaza los argumentos con los insultos. Lo mismo ha pasado en Colombia con muchos uribistas. Arremeten en un lenguaje irrespetuoso y brutal. Transpiran intransigencia. Los extremismos siempre se terminan pareciendo

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