Lecciones de nuestra reciente historia electoral

Por: Horacio Brieva M.

Desde que la Constituyente de 1991 aprobó la elección de gobernadores, uniéndola a la de alcaldes, que arrancó en 1988, la experiencia en el Atlántico muestra que las fórmulas de los aspirantes a estos cargos no funcionan. Las coaliciones se organizan alrededor de estas fórmulas, pero son los votantes los que deciden  sus preferencias. Las mayorías ciudadanas han impuesto, como debe ser en toda democracia, su voluntad. Aunque, hay que decirlo, también se han equivocado en la escogencia. Pero eso es algo que los historiadores y sociólogos tendrán que abordar cuando se evalúen las gestiones de los gobernadores y alcaldes de los últimos 20 años.

Las elecciones de 1991 y 1992 fueron excepcionalmente históricas: una coalición liderada por el M-19 y el charismo hizo posible que Gustavo Bell y Bernardo Hoyos derrotaran a Pedro Martín Leyes y Carlos Rodado. En 1994, Nelson Polo y Ventura Díaz rivalizaron con la fórmula no explícita de Edgar George y Juan J. Slebi: ganaron Polo y George. En 1997, Rodolfo Espinosa y Humberto Caiafa compitieron con Bernardo Hoyos y Virgilio Vizcaíno: ganaron Hoyos y Espinosa. En 2000, ganó la fórmula Humberto Caiafa-Ventura Díaz, aunque luego Ventura perdió en el Consejo de Estado y asumió Alejandro Char durante unos nueve meses. En 2003, la alianza Guido Nule-Carlos Rodado se enfrentó a la de Guillermo Hoenigsberg-Fernando Borda: ganaron Hoenigsberg y Rodado. En 2007, la fórmula aparentemente invencible era José Name Terán y Alejandro Char, y triunfaron Char y Eduardo Verano.  Y en 2011, Elsa Noguera y Jaime Amín iban juntos y ganaron Elsa y José Antonio Segebre.

Lo predominante, como vemos, ha sido que a nuestros votantes no les gusta que les impongan fórmulas. En gran parte el hecho obedece a que Barranquilla –electoralmente– es una ciudad impredecible, rebelde. Por eso no es casual que haya sido un fervoroso bastión del MRL, la Anapo, el M-19 y el Movimiento Ciudadano. Aquí, ciertamente, ha florecido el voto comprado y trasteado en las elecciones de corporaciones públicas, pero en las de mandatarios impera el voto de opinión.

Otra lección de nuestra reciente historia electoral es que no basta tener el gobierno –presupuesto, contratos y burocracia– para asegurar la elección del candidato del gobernante de turno. En 1992, el alcalde Miguel Bolívar Acuña le apostó a Rodado y ganó Hoyos; en 1997, George apoyaba a Caiafa y venció Hoyos; en 2000, Hoyos respaldaba a Hoenigsberg y ganó Caiafa, y en 2003, Caiafa se la jugó con Ciro Ávila –al final quedó por debajo de Edgar Perea y Guido Nule– y venció Hoenigsberg. Desde luego, ha habido excepciones: en 2007, Hoenigsberg acompañó a Char, y éste, en 2011, respaldó a Elsa Noguera.

Barranquilla posee una admirable característica: es muy generosa a la hora de apoyar el cambio porque su gente es muy abierta. Pero también sabe pasar implacables facturas políticas cuando percibe que quienes mandan se han fosilizado, concentran mucho poder y han caído en la corrupción. Por eso, un buen ejercicio hoy sería leer qué está pensando la ciudad, qué quiere y qué necesita.
@HoracioBrieva

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