La llamada cultura del cemento

En los últimos 23 años se ha estado polemizando mucho en Barranquilla sobre la llamada cultura del cemento, entendida como el énfasis concedido a las obras físicas.

Cuando el cura Hoyos asumió la Alcaldía, para el periodo 1992-1994, una de las tantas herencias del atraso físico de la ciudad era la destrucción de la malla vial. La calle 17, por ejemplo, era una manifestación concreta de tal atraso. Hecha añicos, la arteria era un camino de herradura. Volverla a hacer fue, por tanto, uno de los propósitos de la Administración. La ciudad recuperó una vía esencial que la comunica con parte de la región.

Ventura Díaz, el candidato que la clase política –excepto José Name– le opuso a Édgar George en 1994, creyó que podría restarle puntos a la imagen del alcalde encarnizándose contra la cultura del cemento, pero el cura, el día que entregó reconstruida la 17, ripostó de manera magistral: “He tapado un hueco de varios kilómetros”. La ciudad lo aplaudió, y el triunfo de su sucesor, posteriormente, no pudo ser más contundente.

Una ciudad –debe quedar claro– es una comunidad de cierta magnitud situada en una realidad física que se expresa fundamentalmente en viviendas, sean casas o edificios, y es imposible la vida colectiva sin servicios básicos como agua, alcantarillado, aseo, energía, telefonía, salud y educación.

Barranquilla arrastró desde la década de los años 60 una crisis en los servicios de agua, alcantarillado y aseo. La mitad de la ciudad compraba el agua en carrotanques y hacía sus necesidades fisiológicas en letrinas. Principiando los años 90 tuvimos que concentrarnos en la inversión en esta infraestructura de servicios hasta lograr las actuales coberturas. Años más tarde, ya pudo ser posible el mejoramiento de otros componentes de la infraestructura social como los colegios, los centros de salud y los hospitales. Recientemente, la agenda pública se extendió a la recuperación de los parques y a la canalización de los arroyos, y aún seguimos invirtiendo en la malla vial, ya sea llevando el pavimento a los barrios o restaurando el que se ha deteriorado, como ocurre en estos días.

Todo este déficit, que ha tenido que pagar Barranquilla, es la consecuencia de no haber planificado su desarrollo durante varias décadas. Nos tocó padecer un crecimiento urbano anormal, caótico, y fueron determinantes la politiquería, la mediocridad y la corrupción.

La infraestructura, desde luego, es primordial en la construcción de una ciudad. Pero hoy la planificación urbana también tiene que atender escenarios problemáticos como la sostenibilidad ambiental y los conflictos sociales que afectan la convivencia y la tolerancia. Es sencillo: con mejores indicadores ambientales y sociales tendremos una Barranquilla más humana. Además, estamos requiriendo ya urgentes avances en transparencia y descentralización.

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