Desde que tengo uso de razón estoy oyendo hablar de las cíclicas sedimentaciones del puerto de Barranquilla. Pasa el tiempo y la misma película de terror. Ha habido años en que los barcos se atollan, como vacas, en el canal de acceso, constituyendo la noticia durante días.
Y cuando parecía que las sempiternas dificultades de calado no volverían a ser el periódico viacrucis de la economía barranquillera, sobrevino el aquelarre de Odebrecht, que ha aplazado el proyecto de recuperación de la navegabilidad por el río Magdalena.
Históricamente, un puerto estratégico como el de Barranquilla ha estado dependiendo de las mezquindades del centralismo bogotano en la toma de decisiones, a lo que se añade, anualmente, la temporada de brisas. Así es jodido que un país pueda avanzar y desarrollarse.
A esta dañosa actitud centralista es atribuible, en buena medida, el atraso colombiano. Mientras otros países entendieron el rol prioritario de las ciudades costeras y sus puertos, aquí la Región Caribe y la Región Pacífica siguen siendo las más olvidadas. Han desdeñado su potencial económico.
Por este desprecio que el centralismo ha practicado con las regiones, se entiende lo que pasó en 1903 con Panamá. ¿Por qué los panameños se mamaron de esto? Simple de explicar. Entre 1899 y 1902, los dos partidos tradicionales, hegemonizados como siempre por cachacos, se dedicaron a darse plomo en lo que se llamó la Guerra de los Mil Días, una confrontación estúpida que no le sirvió para un carajo al país y que lo dejó devastado. En la olla. En medio de esa guerra insensata, Panamá, aislada, bloqueada por el Tapón del Darién, se dio cuenta de que su futuro no le interesaba a los dirigentes interioranos, enfrascados en sus riñas estériles. Estos caballeros creían que el mundo comenzaba y terminaba en la sabana cundinamarquesa. No vieron la importancia de Panamá. Y la perdieron. Los gringos, que la tenían clara, pescaron en río revuelto. Aprovecharon la situación ruinosa en que quedó Colombia, la profunda debilidad de su Estado, y se ganaron a los panameños mostrándoles, pragmáticamente, lo que conquistarían con el canal interoceánico.
Esta indiferencia centralista, tolerada miedosamente por las élites locales, es la responsable principal de la perenne desdicha del puerto. Y del rezago del resto de la Región Caribe, del Chocó y de los Llanos Orientales. El desarrollo ha debido darse en estas regiones, pero ha sido imposible por las roscas centralistas que han administrado pésimamente al país.
Una muestra de la miopía del centralismo es esta: en 1914, mientras Argentina había construido 33.000 kilómetros de vías ferroviarias, Colombia solo tenía unos 100 kilómetros. Otra habría sido la historia si hubiésemos contado con un ferrocarril desde La Guajira hasta Córdoba. La dirigencia cachaca jamás lo quiso. Por eso, seguir el ejemplo de Panamá habría sido lo mejor.
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