Hay que ir más allá del Carnaval

Por: Horacio Brieva M.

Participar en el Carnaval es el acto más libre del barranquillero y no importa si hoy Miércoles de Ceniza los bolsillos han quedado vacíos. De alguna parte saldrá plata para continuar la vida.

En el Carnaval, la gente no depende de que un político les pague el disfraz, el transporte y el trago para salir a divertirse. La participación en el Carnaval alcanza proporciones masivas sin estar influida, como en las elecciones, por el estímulo del dinero. Igual espíritu participativo aflora cuando la Selección ha sido protagonista, como en la Eliminatoria y la Copa Mundo: la gente compra su camiseta y paga su propio divertimento. Lo mismo sucede cuando el Junior logra un título. Para estos multitudinarios festejos tampoco dependemos de un político.

La participación en el Carnaval y en los instantes felices que genera el fútbol, no es, por supuesto, un asunto que obedezca a una reglamentación. Ni la requiere. Ocurre porque a la gente la moviliza lo que está adherido a su piel, lo que agita su sangre, sus entrañas, sus pasiones. En cambio, en las elecciones eso no pasa ni en la imaginación.

¿Por qué Barranquilla se toma las calles cada año de nuestra emblemática fiesta, mientras cunde la apatía frente a deberes cívicos como el de votar? Es una de las frecuentes preguntas que nos hacemos quienes nos interesamos en el tema de la participación ciudadana.

En las elecciones la actitud del barranquillero cambia.  Como la política no le genera mucha simpatía ni la menor pizca de confianza a la gente, sería una rareza verla haciéndole ella misma las camisetas y la publicidad a un candidato, colocándole el transporte, y votando copiosa y regocijadamente por la opción de sus preferencias. Cuando han aparecido fuerzas renovadoras en el escenario local, algo de eso hemos alcanzado a ver con cierta esperanza. Pero han sido minutos fugaces en la política barranquillera. La gente no traga entero. Sabe que la política es un negocio. Que quienes invierten en ella lo hacen para obtener una jugosa utilidad con los contratos estatales.

El Carnaval y el fútbol, sin embargo, no pueden ser los únicos referentes que nos lancen a los barranquilleros a las calles y nos conviertan, en breves intervalos de emoción, en dueños y señores del espacio público. Igual copamiento ciudadano tiene que darse para que las elecciones no la sigan manipulando unos cuantos grupos con dinero, para usar las herramientas y los espacios de participación de la Constitución y la Ley, y para imponer un racional y ejemplar modelo de vida colectiva en el que haya respeto, tolerancia y convivencia. No podemos seguir marginándonos en los temas de ciudad y refugiándonos en nuestra privacidad. Esa automutilación debilita la democracia. Y tiene sus raíces culturales: en las familias, escuelas y universidades no nos preparan para la deliberación, para ejercer vigorosamente la condición de ciudadanos. Por el contrario, merced a una educación verticalista, desde niños nos inducen a la docilidad y a la acriticidad. Nuestra educación tiene que cambiar. No solo el Carnaval nos pertenece: también todo lo público.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here