Cincuenta y dos años después de creado el Día Mundial del Medio Ambiente por la ONU, en Barranquilla a lo ambiental no se le ha dado la importancia que merece, a pesar de los varios rótulos ensayados para tal fin: Dadima, Damab y Barranquilla Verde. Ahora, se suma otro: la Secretaría para la Adaptabilidad al Cambio Climático. “Nojoda, tronco de nombre pa’ justificar más burocracia”, habría dicho El Flecha de David Sánchez Juliao.
Las ciudades ocupan menos del 2% de la Tierra y generan más del 60% de la contaminación mundial. ¿En ese contexto, cuál va a ser nuestro aporte a la mitigación de la crisis climática?
El proyecto de la ciénaga de Mallorquín le dio notoriedad a lo ambiental, pero arrancó por la construcción de un costoso sendero peatonal en madera. No por su descontaminación y por la pobreza, insalubridad e inseguridad de la población de los palafitos en Las Flores.
Ciudad Mallorquín desató una desafiante pregunta: ¿qué trato vamos a darles a los relictos de bosque seco tropical en un escenario de crisis climática que exige desde las áreas urbanas una mayor protección a las reservas verdes? Se ha dicho que estos proyectos buscan atender necesidades habitacionales, pero qué hemos hecho para rehabilitar el Centro Histórico de Barranquilla con fines de vivienda y qué para verticalizar y cualificar sectores urbanos ya ocupados.
Preservar el patrimonio ambiental significaba que los instrumentos de planificación (POMCA, POT, PBOT y Planes Parciales) no podían entregar los favorecimientos que le han permitido a Argos sus actuaciones urbanísticas.
Sin embargo, preservar las áreas verdes no era lo único que teníamos que trazarnos para contribuir a la reducción de los gases de efecto invernadero. Teníamos que plantearnos un sistema de transporte masivo sostenible para desincentivar el vehículo particular y no ese esperpento obsoleto y contaminante llamado Transmetro.
Teníamos que priorizar el tratamiento a las aguas residuales, pero preferimos un malecón frente al río Magdalena cuyas contaminadas aguas despiden hedores de alcantarilla.
A Barranquilla se le ha vendido como un ícono de la transformación urbana. Eso, sin embargo, no se expresa en contribuciones a la reducción del calentamiento global. Pues ni estamos protegiendo los bosques que quedan, ni descontaminando el río, la ciénaga y los caños, ni modernizando el transporte masivo, ni implementando un sistema efectivo de procesamiento a las basuras. De ahí las copiosas críticas recientes en X a la gerente de ciudad por comparar a Barranquilla con Miami a propósito del estreno de otro tramo del malecón.