La Universidad Autónoma del Caribe, ahora rectorada por el filósofo de la ciencia Jorge Enrique Senior, convocó el jueves 30 de mayo un foro sobre Ciudad Mallorquín, a través de la facultad de arquitectura, arte y diseño, con Nicolás Renowitzky, María Correa, Mauro Suárez, de la secretaría de Planeación de Puerto Colombia, y este columnista. Moderó Alfredo Álvarez, presidente de la Sociedad de Arquitectos del Atlántico.
Yo dije ese día algo que quiero reiterar y ampliar. La oposición que hemos hecho al proyecto Ciudad Mallorquín se basa en un argumento que me parece cardinal: hoy en el mundo los territorios urbanos tienen que prepararse para el cambio climático conservando sus reservas forestales, que los expertos en medio ambiente denominan “sumideros naturales de carbono”. Se trata de espacios verdes con capacidad de ayudar a la eliminación de los gases de efecto invernadero que producen el calentamiento global al aumentarse en la atmósfera.
En los apologistas del urbanismo voraz personificado en Ciudad Mallorquín no vamos a encontrar la convicción ambientalista de que los “sumideros naturales de carbono” son vitales porque absorben el dióxido de carbono y reducen su presencia en la atmósfera. El dióxido de carbono es el gas que atrapa el calor procedente de los combustibles fósiles.
Para nosotros siempre ha estado claro que fue funesta la decisión que tomaron la CRA y la Alcaldía de Puerto Colombia al autorizar que ese ecosistema se convirtiera en suelo de expansión urbana. Precisamente, una de las cosas que ha influido en la crisis climática mundial es el absurdo cambio en los usos del suelo. Ciudad Mallorquín es un dramático ejemplo local.
Lo que ocurrió aquí es que la institucionalidad pública le dio el banderazo aprobatorio a un proyecto de vivienda en un bosque que debió conservarse intacto por su importancia para la salud climática de Barranquilla y Puerto Colombia. Santificaron la destrucción de un sumidero natural de carbono.
Por eso percibo inaceptables los planteamientos que lisonjean a Ciudad Mallorquín, basados en que había que hacerla por las viviendas que proveerá y el predial que generará. Esgrimir eso, dejándonos a los críticos como porfiados adversarios del desarrollo, es asumir con desconcertante desdén un asunto tan serio como el cambio climático. Una de las mayores preocupaciones de Gustavo Petro. Justamente, la resistencia al ecocidio de Ciudad Mallorquín interpreta – en la acción concreta – el discurso climático del presidente. Paradójicamente, su Gobierno y sus voceros políticos territoriales han sido tibios frente a esta batalla sin precedentes.