“DISCUTIR ES MÁS IMPORTANTE QUE COMER”

Discrepamos con quienes afirman que el debate sobre Ciudad Mallorquín está espantando inversionistas. No dicen, sin embargo, qué va a pasar en términos ambientales y de movilidad si Argos termina urbanizando sus predios de Puerto Colombia y del norte de Barranquilla. A nosotros nos van a quedar las repercusiones climáticas, el caos vehicular y los impactos sanitarios, en tanto que Argos se llevará sus ganancias a Medellín.

En el texto El desaliento de Habermas, publicado en Contexto, Gustavo Bell Lemus cuenta que en una ocasión un alumno del filósofo y sociólogo alemán intentó parar una discusión académica. Habermas le dijo: “Discutir es más importante que comer”. Pues es lo que hace vibrante a cualquier sociedad. Incluso es terapéutico discutir con uno mismo. Borges lo dijo genialmente: “Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones”.

Esta discusión sobre Argos es tal vez la más transcendental que hemos librado en Barranquilla en los últimos años y es necesaria y pertinente porque está en juego definir cómo debe ser nuestro desarrollo urbano en un contexto de cambio climático que implica un mayor respeto a la naturaleza.

Discrepamos con quienes afirman que el debate  sobre Ciudad Mallorquín está espantando inversionistas. No dicen, sin embargo, qué va a pasar en términos ambientales y de movilidad si Argos termina urbanizando sus predios de Puerto Colombia y del norte de Barranquilla. A nosotros nos van a quedar las repercusiones climáticas, el caos vehicular y los impactos sanitarios, en tanto que Argos se llevará sus ganancias a Medellín.

Los legos en estas materias alcanzamos a  comprender, a la luz del urbanismo moderno, la necesidad de las ciudades densas y compactas, pero nos preguntamos si la academia es honrada cuando valida que Argos destruya ecosistemas vitales, y que no cumpla, de remate, con los presupuestos teóricos definidos para este modelo de ciudades, en especial aquellos relacionados con la disposición de las aguas residuales y la  articulación de la movilidad con el entorno.  A quienes defienden a Argos desde el pedestal arrogante de su alta titulación académica, les preguntamos: ¿estas actuaciones, validadas por normas mañosas, nos van a llevar a una biodiverciudad metropolitana o no son otra cosa que una yuxtaposición de edificios fríos y desangelados, puro infierno de cemento y hierro?

Hay quienes también sostienen que los cuestionamientos a Ciudad Mallorquín son por ser vivienda VIS. Falso. Son por sus implicaciones ambientales y en movilidad. Igual resistencia habríamos hecho si se tratara de vivienda de estratos altos.

Esa percepción quedó plasmada en la pancarta de un mitin defensor de Ciudad Mallorquín el 7 de mayo en la Universidad del Norte, previo a una audiencia de la Procuraduría con la sociedad civil. La pancarta sindicándonos de aporofobia, decía: “A Ciudad Mallorquín se oponen los ricos de Barranquilla”. Ese día me enteré que pertenezco a los ricos de la ciudad, aunque viva humildemente de mi salario.

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