Colombia, país sugestionable e indiferente

Días antes del plebiscito, a Álvaro Uribe, en Blu Radio, le preguntaron que si creía que Santos había sido un infiltrado de las Farc en su gobierno y dio una respuesta que debió divertir a sus seguidores: “A ver, qué le digo. La historia lo dirá”. Sin afirmarlo, insinuó que era de las Farc. La gente racional sabe que eso es un absurdo. Santos es un señor de la alta clase social santafereña y el único izquierdista que hubo en su núcleo familiar fue su hermano Enrique, pero este nunca hizo del proyecto guerrillero su opción política a pesar de sus cercanías con Bateman y con Gerardo Quevedo Cobos, quien fue gerente de Alternativa y después el comandante ‘Pedro Pacho’, como se le conoció en la guerrilla a este inteligente y preparado hijo de la sociedad bogotana que descuartizaron un día junto a su pareja y que en el M-19 llegó a considerársele el jefe más importante después de Carlos Pizarro.

Uribe ha logrado cualificar el engaño en la política.  El sabe que este es un país donde tienen éxito los culebreros y  estafadores. David Murcia Guzmán, por ejemplo, tuvo la habilidad de engrupir a miles de incautos que cayeron en su paraíso de dinero rápido.  Aquí también cualquiera que se declare enviado de Dios y depositario de la palabra de Jesucristo, monta una iglesia barrial, organiza una congregación de borregos y es capaz de provocar trances, alaridos, desmayos en su feligresía. Aquí, porque decían que había unas cartillas que iban a acabar con la familia monógama heterosexual, fue fácil lanzar a las calles a miles de personas atrapadas por la prédica de clérigos que no reconocen que su iglesia es la que más protege a los gays encubiertos y práctica la impunidad frente a la pedofilia. En los púlpitos, con hipocresía, pregonan la moral. Muchos fueron aliados acérrimos del No.

La falacia que batió los récords fue la del castro-chavismo que simbolizaron en la frase ‘Timochenko presidente’. Ese ‘camión’ se lo tragó mucha gente. Pero yo estoy contento de que hayan ganado. Ahora están obligados a demostrar que quieren la paz. Tendrán que guardar su belicosidad si no quieren que esto se termine de incendiar. El domingo daba risa Pachito Santos pidiéndole “tranquilidad” al secretariado de las Farc.

Desde luego, en la derrota del Sí hay responsabilidad de la recua de políticos que demostraron, una vez más, que ellos solo se mueven cuando el pellejo de sus curules está en juego. De resto, el mundo se puede caer.

Lejos estamos también de una ciudadanía adulta. Era una votación histórica y la mayoría no salió. Una democracia sin ciudadanos activos es una democracia muerta. Gramsci decía: “Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano ni de tomar posición. La indiferencia es abulia, es parasitismo, es cobardía, no es vida”. ¿O es que acaso a los indiferentes no les afecta la guerra y les beneficia la paz?

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