El martes 23 de septiembre acudí, en representación de Protransparencia, a una reunión sobre espacio público convocada por comerciantes formales del Centro, a la que asistieron la secretaria de Control Urbano, Diana Amaya, y el secretario de Movilidad, Walid David Jalil. Según Amaya, hay unos 9.000 vendedores estacionarios en el sector. Algunos estiman que la cifra ya se quedó pálida. A final de su periodo, la Alcaldía cree que podría reubicar 2.000 en el Centro y 1.500 en Barranquillita. Pero ante la fragilidad de la autoridad y la embestida constante de la informalidad laboral, nada ni nadie puede evitar que – como en el bolero famoso – otros ocupen su lugar.
La reubicación es un tema complejo y la ciudad lo ha venido tratando con visiones fragmentadas. Es hora de abordarlo desde una perspectiva integral como corresponde a una urbe metropolitana con una población superior a los dos millones de habitantes.
Elogiable que la alcaldesa compre y adecúe inmuebles para la reubicación, pero a ese ritmo no resolveremos la totalidad del problema. La apuesta de fondo tiene que ser quitarle presión al Centro, expresada en los miles de vendedores y en la circulación de buses de distintas empresas. Para ello hay que tomar medidas radicales orientadas a ordenar la ciudad. Es absurdo, por ejemplo, que el mercado mayorista de frutas y tubérculos se siga moviendo en El Boliche y Barranquillita. Allí arriban tractomulas repletas de estos productos, se aprovisionan los vendedores que expenden en las carretillas y ocupan considerables áreas en el Centro. Control Urbano hace operativos, retiene las carretillas que puede y al día siguiente reaparecen como hongos después de la lluvia.
El gobierno de la ciudad tiene que ser un ejercicio sistémico, armónico. Significa que las soluciones tienen que plantearse dentro de un acople total. En ese orden de ideas, las variables transporte masivo, abastecimiento de alimentos, usos del suelo, etc., tienen que estar perfectamente articuladas. Por ejemplo, en cercanías a portales de transporte masivo hay que pensar en mercados satélites a los cuales llevar buena parte de los vendedores del Centro, pues en éste, por muchos locales que se adquieran, es difícil lograr la reubicación de los miles que se han tomado los andenes y las calles para sobrevivir.
Las ciudades que mejor han ordenado el manejo del espacio público han creado centralidades estratégicamente distribuidas. En su mayoría, la ciudadanía que va a comprar al Centro proviene del Suroriente, Suroccidente y Soledad, y nada sería mejor que aproximar – a esta población – los servicios y bienes que demanda. Así hay que imaginar una ciudad policéntrica. La Central de Abastos no logró consolidarse como mercado mayorista exitoso (por el reparo de los arriendos altos, entre otras razones), y de hecho casi todos los tenderos van a aprovisionarse a Barranquillita pese a la inseguridad. Descentralizar es la respuesta a la invasión del espacio público y a la asfixia del Centro. Hacia allá debe ir la ciudad en los próximos años. Lo otro sería la perpetuación del caos.