Reconciliación, corrupción y democracia

El ideal de paz de Nelson Mandela era: “Una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas puedan vivir en armonía y con igualdad de oportunidades”. Es lo que muchos colombianos están anhelando también si logramos ponerle término a la confrontación armada que nos ha asolado por varias décadas.

Sin embargo, una sociedad en total armonía es una ficción, un sueño de imposible cumplimiento. Estanislao Zuleta, uno de los más insignes pensadores colombianos, lo decía: “La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable, ni en la vida personal –en el amor y la amistad–, ni en la vida colectiva. Es preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo”.

El país tiene el reto de aprender a vivir en pluralidad. Y eso no es cuestión de un decreto. Es una construcción que exige cambios en los paradigmas culturales y políticos. El mismo Zuleta lo decía: “Aprender a amar la pluralidad es algo difícil, realmente difícil. Estamos acostumbrados a creer en nuestra idea como la única verdadera, no cuestionable, ni enriquecible, a declarar herejes, revisionistas, o cualquier otra cosa, a quien difiera de nuestra idea, a pensar en términos de buenos y malos, a organizar partidos fanáticos que producen, como el hígado, naturalmente bilis”.

Zuleta murió el 17 de febrero de 1990, a los 55 años, y no alcanzó a vivir la Colombia polarizada y fanatizada de los últimos años y su impacto en las redes sociales de hoy, llenas de odio, de insultos y de adjetivos hirientes.

Un grave problema del país es la corrupción, y la reconciliación no implica un pacto de total resignación frente a aquella. Todo lo contrario. La lucha contra ese flagelo tiene que tornarse más intensa en una sociedad que ha decidido abandonar el camino de la lucha armada para resolver las diferencias políticas e ideológicas. Y no puede haber resignación porque esta no es una virtud democrática, como sí lo es la esperanza, decía Zuleta.

A la democracia colombiana hay que rejuvenecerla en esta nueva etapa del país.  Ello implica un sistema de partidos que modifique el ejercicio de la política. Las Farc, el ELN si se desmoviliza y la dispersa izquierda de hoy, que vienen de la influencia marxista, tienen el desafío de convertirse en una alternativa política democrática, renunciando a todo atavismo ideológico.  Bien lo decía Zuleta: “La democracia no pertenece a las tradiciones de la izquierda, esto hay que decirlo francamente. Las tradiciones de la izquierda han estado determinadas, entre nosotros y a una escala mundial también, por el marxismo, y el marxismo no es un pensamiento democrático”.


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